Sentado entre el público, espera su turno pacientemente. Todos están pendientes de sus palabras en el recién inaugurado XXXVI Congreso de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular, pero cuando sube al estrado, Brian Kobilka (Little Falls, Minnesota, 1955) no parece oír la retahila de reconocimientos que le preceden. Tiene claro que el Nobel de Química que recibió en 2012 junto a su mentor Robert J. Lefkowitz no supone el culmen de su carrera, sino un espaldarazo para seguir investigando.

La Academia Sueca destacó sus nombres el año pasado por su contribución al conocimiento de la comunicación celular. Gracias a su trabajo, sabemos que las células tienen unos receptores que se ‘abren’ ante determinados estímulos, lo que les permite recibir ‘mensajes’ del entorno y actuar en consecuencia. El hallazgo fue todo un hito, aunque Kobilka recuerda que “aún es mucho lo que desconocemos” sobre estos sensores biológicos que tenemos por todas partes y que son claves para afinar los tratamientos farmacológicos de numerosas enfermedades.

Por su ‘culpa’, Kobilka cambió en los 80 el hospital por el laboratorio. En la unidad de cuidados intensivos había visto de cerca la acción de la adrenalina, su capacidad para marcar la diferencia entre la vida y la muerte, así que decidió saber más sobre sus ‘habilidades’ y se unió al equipo de Lefkowitz, que ya trabajaba en la identificación de los receptores característicos de esta hormona.

“Se suponía que iba a volver a la práctica clínica, que iba a ser temporal”, recuerda el estadounidense, que de la mano de la adrenalina se adentró en un mundo mucho más grande del que al principio imaginaba: el descubrimiento de los denominados receptores acoplados a las proteínas G.

“Sabíamos que había en el cuerpo algo que hacía que las células respondieran a los estímulos, pero no teníamos las herramientas para encontrarlo”, señala Kobilka, que, tras muchos años de investigación vivió un momento reservado para unos pocos científicos: “No sé si es la mejor manera de definirlo, pero tuvimos lo que puede llamarse un momento ‘Eureka’ ” [cuando se dieron cuenta de que los mecanismos de regulación del receptor de adrenalina eran muy parecidos a los de la retina] “Vimos que tenía que haber toda una familia de receptores con un funcionamiento común, que no era algo aislado”, indica.

Sin embargo, si hay una fecha grabada a fuego en su memoria, es el día en que, por primera vez, logró obtener una imagen de la estructura del receptor de la adrenalina en acción -permitiendo la comunicación entre el estímulo y la célula-, algo que muchos de sus colegas consideraban imposible de realizar.

“Fue muy emocionante saber que era la primera persona que lo estaba viendo. En realidad, si trabajé durante 20 años en algo que muchos consideraban irrealizable era porque yo nunca lo ví así. Íbamos descubriendo cosas, probando, y en cada ensayo-error, aprendíamos de esos fallos, así que siempre veía espacio para seguir”, comenta.

De hecho, su laboratorio no ha parado. En los últimos tres años, su firma ha aparecido nada menos que 12 veces en ‘Nature’ y una en ‘Science’, las revistas científicas más prestigiosas. Pero el científico se quita mérito. “La clave está en el equipo, en la gente, que es maravillosa. Si miras los ‘papers’ te das cuenta de la cantidad de personas diferentes que han contribuido y que han aportado desarrollos fundamentales”, señala Kobilka, quien menciona de forma especial a su mujer, con quien lleva décadas trabajando y “sin la que nada de esto sería posible”.

Según sus palabras, en su casa el Nobel se considera más que otra cosa “un premio familiar”. No en vano, además de los beneficios (alrededor de medio millón de euros, “gran parte de los cuales están en el banco”), su esposa, Tong Sun, también compartió con Kobilka el ‘susto’ de la Academia Sueca. “Llamaron en mitad de la noche. Y de hecho no llegamos a coger la primera llamada. No recuerdo muy bien cómo fue, pero sé que me costó un buen rato darme cuenta de que no era un sueño, que iba en serio”, comenta.

Desde aquel día, el 10 de octubre de 2012, su vida “sin duda es muy diferente a la que habría tenido. Me permite hacer cosas como conocer a mucha gente interesante o venir a dar esta conferencia [arrancó el Congreso con la ponencia ‘Alberto Sols-Fundación BBVA]”. Pero el galardón también tiene contrapartidas que Kobilka no lleva tan bien.

“Mi correo electrónico ha cambiado completamente. Sólo los primeros días recibí miles de correos y, aunque voy haciéndolo mejor, nunca puedo responder en un tiempo que sería el razonable. Me cuesta gestionarlo y hay gente que me escribe pidiéndome una recomendación o una carta y a veces no veo esos correos hasta que ya es demasiado tarde”, se disculpa.

Fuente e imagen: http://www.elmundo.es/elmundosalud/2013/09/05/biociencia/1378408100.html